8/27/2008

Para quejarme está el blog. :P

Como en ciertas películas de Renée Zellweger (Jerry Maguire, 1996 o Bridget Jones's Diary, 2001), hoy padecí de ciertos inconvenientes.
Primero me devolví del ascensor a buscar la llave de casa que en realidad la tenía en el bolso. Luego me fui en un colectivo hasta Alameda, caminé a la parada del micro, hice la cola y entonces descubrí que lo que había dejado en casa era la bip.
Llamé a casa y me puse de acuerdo para que me la alcanzaran. Llamé al colegio para avisar que llegaría tarde. Me devolví en los mismos colectivos en que me fui hasta Alameda, ahora sólo hasta el metro. Ahí me pasaron la bip. Entonces "para ganar tiempo" no tomé el metro (tendría que combinar de nuevo), sino que caminé por Catedral a tomar el micro, iba bajo la lluvia cuando ¡plaff! un simpático automovilista (una bestia) me dejó totalmente mojado mi lado izquierdo, lo que sentí como
un balde de agua fría directo a la cara, y si llegó a mi cara, era que me había mojado toda. No quise ni ver. Increíble que parezca no sentí rabia, seguí mi camino.
Tratando de sacar un pañuelo desechable y caminando sobre la rejilla del metro, éste, con su aire caliente, me volteó por completo el paraguas, haciéndolo incontrolable. Por algunos segundos me sentí derrotada. No hoy, no ahora.

Minutos después estaba sobre la 306 que olía a quemado, secándome la cara, la oreja y el pelo, con un pañuelo que iba quedando algo gris, pensando en lo asquerosa que debía estar esa agua, sintiendo frío y con un miedo fatal... no sabía que más me podía pasar. Además no tenía ni siquiera un espejo.
Con 45 minutos de retardo entré al salón y fingí, los 45 que quedaban, que nada malo había pasado. Mas bien, olvidé todo lo sucedido. Respondí preguntas, resolví dudas, di ejemplos y me paseé... porque eso es lo que hago. Siempre pensando cuando sabré si se acabó la "mala racha", porque siempre hay que tener en cuenta frente a cualquier eventualidad, que puede venir una peor.

Ahora me muero de ganas de contarlo todo, y kgarme de risa.

8/11/2008

Herencia intangible

De pronto soy él. Estoy en su lugar y "sufro" sus mismas actitudes, aquellas que tanto criticamos, son mías, se apoderan de mi cuerpo como alma en pena que busca vivir, y veo en cada uno de mis movimientos y acciones las suyas. Y es entretenido, delirante, absorbente. Me hace conocerle más y entenderle. Pero ¿quién me entiende a mí ahora?... estoy aquí, en la cocina, después de que todos se han largado a dormir o trasnochar en sus quehaceres, haciéndome una ensalada de cochayuyo.
Estoy saciando un antojo, tan mío como mis reflexiones, tan incomprendido como él cuando llega a desafiar lo que hay para cenar trayendo su propia "golosina" y se la prepara en soledad mientras los demás le "damos la espalda" y le despreciamos con la actitud.
Ahora soy yo, que en la sombra, del que ahora es mi hogar, elijo un momento de soledad y preparo mi cochayuyo con cebolla y cilantro, y sé que los demás piensan que no es rico, sino al contrario, y sé que repugnarían ante él y para mí es tan preciado con su hermoso color café adornado de verde.
Y eso no es todo, el cilantro lo he tenido que buscar cuidadosamente entre las hojas muertas del atado, he tenido que rescatar "con pinzas" aquello que servía, todo por un exótico e incomprendido placer culinario.

Es el fenotipo que condena.