5/24/2007

Rondas infantiles

Darío aprendió una versión renovada del "Azúcar candia pasó por prenda, que el que la tenga, que la esconda, bien escondidita debajo de las polleritas de doña juanita. quién la tiene ca-ba-lle-ro-o-se-ño-ri-ta", y a mí me entró una nostalgia... extrema.
Terminé buscando juegos en la web (no vaya a ser que se extingan). Encontré, por ejemplo:
  • Pasen, pasen niños, que el puente esta quebrado, quién lo quebró, la hija del rey, la tomaremos presa, por uno, por dos y por tres.
  • Vamos jugando a la Ronda de San Miguel. El que se ríe se va al cuartel. Uno, dos y tres.
  • Corre, corre la huaracha (o huaraca) el que mira para atrás se le pega la pelá.
Y pronto, sin darme ni cuenta, me llené de canciones y rondas infantiles.
He aquí 24 de ellas... versión unplugged nocturno jajaja... el que logra oirlas todas, es un/a maestro/a de la tolerancia.

5/18/2007

Trasnochada ¡brrr!




Yo he sido frío y desamparo.
He sido risa y también llanto.
He sido una hoja a la deriva
y un puerto abandonado.

Me he sentido vacía
o llena de saber amargo.
Pero sobre todo he tocado el cielo
desde que estas a mi lado.

5/08/2007

al médico en horario "pick", con una madre ¡puaj!

Eran las 17:10 y salimos de casa. Darío tenía hora médica a las 17:45 y por la distancia el tiempo era más que suficiente, pero a mí se me ocurrió la "estupenda" idea de utilizar para llegar al centro médico la conexión "alimentador-metro".
Soberana estupidez, caminamos, caminamos y caminamos y el alimentador ni señas y eso que ahora son turquesa o algo así y no grises, igual ni señas.
Al fin, a nueve cuadras de casa, junto a un grupo de personas nos detuvimos a esperar e inmediatamente apareció un micro. Al ver que nadie más se acercó a la máquina en cuestión, supuse que no iba a la Alameda, sino a Quinta Normal. Nos subimos igual, pues pensé "más vale pájaro en mano que cien volando". Bueno, resultó que no es comparable un pájaro a un micro.
Tomamos el metro Q.N. y nos bajamos en Santa Ana, debíamos combinar hasta Los Héroes pero tuve que cruzar (de andén) para darme cuenta que realmente era dirección La Cisterna el andén que necesitaba, y vuelta a cambiar (de andén). Por fin en Los Héroes, después de un estrujamiento más o menos, combinamos y nos terminamos bajando en Moneda. A todo esto ya eran las 18:00.
La consulta estaba llena y aunque tomé el número 52 y la ÚNICA secretaria iba en el 46, pasaron 40 minutos hasta que me atendió.
Entonces dije: le explico, nosotros teníamos hora a las 17:45, llegamos acá algo atrasados y nunca imaginamos que aquí demorarían tanto, blablabla, quería saber para cuando puedo pedir hora.
La cuestión es que nos atendieron a las 18:45 y mientras esperábamos llegó mi esposo que me dijo que: sólo debía haber caminado tres cuadras, tomar una 503 y 10 minutos después bajarme en San Martín y combinar a una 210 que en 5 minutos me habría dejado EN LA PUERTA DE LA CONSULTA. -Pero entonces no habríamos vivido la "aventura" que vivimos, pasando de línea en línea de metro- le digo.
Jan se empeñó en pasar al súper de vuelta y también tuvimos que pasar a la farmacia. Y cuando salimos y quisimos tomar un taxi la Alameda estaba desierta, no había micros, no había nada y la gente caminaba como si los persiguiera el diablo. La única locomoción colectiva que pasó fue un micro color verde muy oscuro muy enrejado.
Vuelta a caminar y caminar, y mientras lo hacíamos las compras se hacían cada vez más insignificantes y el aire más picante. La "aventura" hasta para Darío que era el más convencido, se hacía tediosa.
Al final, después de varios intentos fallidos tomamos un taxi, que no sé cómo le hizo, pero terminó cobrándonos lo mismo que desde mucho más lejos.
En fin... nunca se sabe cuando una simple visita al médico se puede transformar en una historia "emocionante" y la verdad es que si el resfrío de Darío no era nada de cuidado, de seguro entre tanto metro, micro, consulta médica, supermercado y calle más de algún bicho se debe haber traído.
Salu2.

5/07/2007

Claustrofobia invernal

Ya empezó, ya empezó, ya llegó... la claustrofobia invernal… la de siempre, la de todos los años. La sensación de que las ventanas, los barrotes y sobre todo, las paredes se han multiplicado, consumiendo el oxígeno, ocupando el espacio, destruyendo la paz y acorralándome contra mi misma, dejándome sin creatividad o atiborrándome de ella.
Ya empezó, la pesadilla, la sensación de ahogo, de sofoco, de descolorido invierno, que aún no llega, pero ya pena… siempre es igual y la lucha contra este monstruo del desánimo hay que ganarla a golpes y gritos, aunque termine necesitando volar y me termine porraceando.
Salu2.

Hay hechos que nos abren los ojos a otros hechos.

El día lunes 30 de abril se celebró en Temuco “el Día Internacional de la Danza”. Mi hermana me invitó a acudir ya que a ella la había invitado una prima que participaba bailando ballet clásico. El evento se desarrolló brillantemente, mucho público, muchos aplausos y buen nivel del espectáculo. Duró dos horas, que no es poco, y mientras transcurría, yo no podía evitar recordar mis dos años en ballet. Hay cosas que te marcan para siempre. Durante el viaje de vuelta a Santiago, el 1 de mayo en la noche, mi mente fue un poco más allá...
Yo nací con displasia, fui tratada y aprendí a caminar “normalmente”. Sólo hasta después de mis 14 años se me descubrió una escoliosis bastante severa. Resulta que, sufría de constantes dolores en la costilla izquierda, la cual yo siempre noté más pronunciada. Mi doctora de cabecera María Teresa Beltrán nunca sospechó nada, sin embargo, ante mi insistencia, me pidió una radiografía de abdomen en la que se divisó la escoliosis.
Nunca le tomé el peso, ni siquiera cuando el primer traumatólogo (no guardo registro de su nombre) que vio una radiografía de mi columna completa, me dijo: que lo que tenía era congénito, que cómo nunca nadie lo advirtió, que dónde estaban mis padres (a los 14 yo acostumbraba a andar sola), que el daño ya estaba hecho, que yo ya no iba a crecer.
Para mí lo más doloroso fue el que él se sintiera en posición de cuestionar a mis padres por no estar ahí conmigo. Recuerdo que me recetó una plantilla, la cual nunca me hice por la sencilla razón de que no quería ser dependiente de algo (ese fue siempre mi lema de adolescencia: no dependencias, ni físicas, ni sicológicas). Además me la había recetado un ser humano sin el menor tino.

Tres o cuatro años después volví con un Dr. Se apellidaba Colombo. Él me pidió una nueva radiografía que también me hice en la Clínica Siresa, y al compararlas sentenció que ¡la primera estaba mal pegada! y por ende, estaba mal diagnosticada, así que fue una suerte que no me hubiese hecho la platilla, que sólo habría hecho más grande la diferencia entre mis piernas.
El Dr. Colombo no me recetó plantilla pues yo no sentía dolores constantes y mi cuerpo ya se había “compensado”. Este evento, lo explico así:
Tu lado derecho está más abajo.
Tu cintura derecha es más pronunciada.
Tu centro está girado hacia el lado izquierdo.

Si te fijas nunca juntas alineados los pies, sino que dejas el derecho unos centímetros más atrás para quedar mirando al frente (y no hacia la izquierda).
Tu costilla derecha está más adelante y tu glúteo derecho más atrás.
La verdad es que en ese momento quedé más bien “maravillada” ante los acontecimientos.A los 21 tuve a mi hijo. Él nació con pie bot: equino, varo, heredado de su padre. Llegó entonces a la clínica, el mismo médico que me trató a mí la displasia (aunque parezca increíble). El Dr. Eusebio Carrasco. Él lo enyesó y me explicó que cada semana debía sacarle el yeso para que él le pusiera uno nuevo por tres meses. Luego vinieron dos meses en que el yeso se renovó cada dos semanas y al fin tres meses más en que usó una férula plástica que le mantenía el pie en posición y a los ocho meses, se operó. Su pie mejoró. Claro que siempre fue más pequeño y su pierna desarrolló menos musculatura por causa de los yesos.
A los tres años el pie operado (derecho) formó el arco muy rápido, pero el otro no. Así que por seis meses utilizó plantillas, hasta que el Dr. Carrasco dijo que su pie era lo suficientemente flexible.
Hasta su último diagnóstico del 2006 sus piernas seguían creciendo iguales y su diagnóstico sólo decía:
Pie derecho bot corregido, arco normal, algo más pequeño.
Pie izquierdo plano flexible, mayor tamaño y mejor musculatura.
Sin embargo, este verano fue diferente. Ocho milímetros, ocho milímetros de diferencia entre sus dos piernas, que lo pueden transformar en un “fenómeno” como yo. En ese momento, cuando el Dr. Carrasco midió la segunda pierna, por primera vez, pensé en estas diferencias de largos de piernas compensadas por la naturaleza (como en mi caso) como en algo catalogable de “fenómeno” y no como fenomenal o fantástico. Pensé: no, por qué, no a él, las molestias, los dolores, los inconvenientes ¡No!
Hoy sé que después de curada mi displasia, debió ser controlado el crecimiento de mis piernas. Pero nunca le he podido (no me he atrevido) preguntar al Dr. Carrasco por qué no fue así.
Darío está usando una plantilla compensatoria desde la misma semana de febrero en que le descubrieron la diferencia. Pero el crecimiento de su pierna ya se detuvo y aunque estire, siempre quedará atrasada. La plantilla parece ser su sentencia de por vida.
A ratos pienso cosas tontas como que, si no hubiese dejado el ballet, quizá me hubiesen descubierto la escoliosis antes. Recuerdo perfectamente, que el profesor de la Escuela Municipal de Ballet de Temuco, alguna vez reparó en mi morfología. Yo cabra chica como era, me sentí bicho raro y opté por retirarme de las clases. Y eso que quien me “envió” ahí fue María Cristina Lagos, mi ex profesora de kinder, quien había estudiado ballet clásico por recomendación de su kinesiólogo.
Todo apuntaba hacia la existencia de mi escoliosis y yo no supe ver. Supongo que fue porque era una niña.
En fin, son tantas las preguntas, sobre lo que no fue y sobre todo, sobre lo que será que lo único claro es que si a Darío no le hubiesen detectado esta diferencia entre sus piernas, yo no habría desempolvado mi historia médica, tan accidentada y poco documentada. Y si el fin de semana largo pasado, no hubiese visto ballet clásico, nunca me hubiese animado a redactar esto. Como dijo Papelucho, hay cosas que no se pueden decir… en este caso, era miedo a reconocer los hechos.