8/05/2020

Soy corriente. Común y corriente.

En Santiago centro llevamos 130+ días de cuarentena. Quien siempre lleva la cuenta es Tomás M de la radio. Y ya antes de que decretaran cuarentena nos habíamos encerrado. Somos un grupo humano responsable en casa. Sin embargo, el pensar en una cuarentena total, que muchos pedían, a mí me atoraba. Morirá mucha gente de inhanición pensaba mi cuesquito. Y al empezar a ver como se bajaban las cortinas sin fecha de reinauguración y desaparecían algunos letreros, mi angustia crecía y durante mi día a día la ocultaba pero en momentos de ocio renacía, pensaba en los sin casa, en los ambulantes, en los peluqueros. En fin, me atormenté un tantito. En mi primera salida fuera del barrio ha hacerme un exámen caminé mucho, debía subir al metro católica y bajar en república y subí en ude Chile y bajé en ULA, para caminar más. Observé detenidamente el abandono del comercio y la vida desertica de la capital y ahí estaban, por todos lados, los más desposeidos estirando su mano, en toda la alameda que caminé, quizá siempre estuvieron detrás del ajetreo o quizá no. Era marzo. Con el correr de las semanas y con la posibilidad diaria de acompañar a Leonela a pasear, todo se estabilizó y empezé a sentir que no podía ser tan malo, que era cosa de costumbre y mis pensamientos ansiosos se enfriaron. Aprendí a pedir un permiso para hacer un recorrido grotescamente largo que me dejaba comprarle a la hierbatera, la farmacia, el supermercado, la pescadería y hasta la carnicería. Llevando efectivo por si alguien en el recorrido estiraba su mano. Pero los meses pasaron y a todo se vuelve rutinario y la casa adquirió un imán, los recorridos a comprar se hicieron más típicos, directo a un negocio y solo si internet no lo ofrecía. Los permisos para personas con TEA los fuimos olvidando por frío y no me fui atrincherando en las cuatro paredes, en un principio con curiosidad y entusiasmo, me empoderé de mi nuevo rol de co terapeuta, aprendí a tejer, saqué algunas recetas propias y buenas, mejoré mi técnica de amasado y le pillé un truco al horno, reorganicé el material didáctico entre otras que no recuerdo. Pero todo cansa y me asfixie, y de pronto estaba sobrepasada, mi alma la sentía vacía y una vorágine de malos pensamientos aprovecharon mi asfixia para invadir mi cabeza y ya nada tuvo valor, ni yo. Y pareció que todo lo que hacía a nadie le importaba y si desapareciera sería sinónimo de libertad para algunos y bueno, desde ese punto estoy y aleteando a pesar del barro invisible que me cubre.
Racionalmente sé que estos pensamientos invasores son absurdos y producto de lo que podría compararse con un largo insomnio, pero no manejo mis emociones, al menos no de un día para otro. Es trabajoso y atreverme a reconocerlo aquí, es parte de ello.

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