En Santiago centro llevamos 130+ días de cuarentena. Quien siempre lleva la cuenta es Tomás M de la radio. Y ya antes de que decretaran cuarentena nos habíamos encerrado. Somos un grupo humano responsable en casa. Sin embargo, el pensar en una cuarentena total, que muchos pedían, a mí me atoraba. Morirá mucha gente de inhanición pensaba mi cuesquito. Y al empezar a ver como se bajaban las cortinas sin fecha de reinauguración y desaparecían algunos letreros, mi angustia crecía y durante mi día a día la ocultaba pero en momentos de ocio renacía, pensaba en los sin casa, en los ambulantes, en los peluqueros. En fin, me atormenté un tantito. En mi primera salida fuera del barrio ha hacerme un exámen caminé mucho, debía subir al metro católica y bajar en república y subí en ude Chile y bajé en ULA, para caminar más. Observé detenidamente el abandono del comercio y la vida desertica de la capital y ahí estaban, por todos lados, los más desposeidos estirando su mano, en toda la alameda que caminé, quizá siempre estuvieron detrás del ajetreo o quizá no. Era marzo. Con el correr de las semanas y con la posibilidad diaria de acompañar a Leonela a pasear, todo se estabilizó y empezé a sentir que no podía ser tan malo, que era cosa de costumbre y mis pensamientos ansiosos se enfriaron. Aprendí a pedir un permiso para hacer un recorrido grotescamente largo que me dejaba comprarle a la hierbatera, la farmacia, el supermercado, la pescadería y hasta la carnicería. Llevando efectivo por si alguien en el recorrido estiraba su mano. Pero los meses pasaron y a todo se vuelve rutinario y la casa adquirió un imán, los recorridos a comprar se hicieron más típicos, directo a un negocio y solo si internet no lo ofrecía. Los permisos para personas con TEA los fuimos olvidando por frío y no me fui atrincherando en las cuatro paredes, en un principio con curiosidad y entusiasmo, me empoderé de mi nuevo rol de co terapeuta, aprendí a tejer, saqué algunas recetas propias y buenas, mejoré mi técnica de amasado y le pillé un truco al horno, reorganicé el material didáctico entre otras que no recuerdo. Pero todo cansa y me asfixie, y de pronto estaba sobrepasada, mi alma la sentía vacía y una vorágine de malos pensamientos aprovecharon mi asfixia para invadir mi cabeza y ya nada tuvo valor, ni yo. Y pareció que todo lo que hacía a nadie le importaba y si desapareciera sería sinónimo de libertad para algunos y bueno, desde ese punto estoy y aleteando a pesar del barro invisible que me cubre.
Racionalmente sé que estos pensamientos invasores son absurdos y producto de lo que podría compararse con un largo insomnio, pero no manejo mis emociones, al menos no de un día para otro. Es trabajoso y atreverme a reconocerlo aquí, es parte de ello.
Ticherías de pitRufina.
... La Vida es (será) un juego, la estresada soy (seré) yo...
8/05/2020
Soy corriente. Común y corriente.
Categorías:
Chile,
confusión desconsuelo introspección,
covid,
cuarentena,
descripción personal,
familia,
nostalgia recuerdos memoria,
sociedad
6/05/2020
5/01/2020
Flikcr me devolvió un perfil
Así con Flickr y el misterio del e-mail olvidado
A este perfil del 2006 tengo acceso 👈
A este perfil del 2009 no sé como ingresar 👈
😞
4/30/2020
Costura de cuarentena
Lo normal en mi casa es encontrarse con pictos con el velcro al dorso, pero así como suman surgió esta necesidad de bolsitas porta pictos:
- Velcro al dorso
- Plástico transparente al frente
- Y lista para adherirlas a sus paneles con lo que sea necesario dentro.
Este panel del baño tiene tres pictos de cartón con su velcro en el dorso y el nuevo sistema para no seguir acumulando pictos con velcro sino solo imprimir 😊
4/19/2020
4/18/2020
9/27/2018
No logro titularme de Yo auxiliar
Ser un "yo auxiliar" es un trabajo muy difícil y que como casi todos los más complejos que existen, se aprenden en la práctica y mientras se aprende, de paso dañamos a quien queremos ayudar.
Pero ¿qué es un "yo auxiliar"? Es aquella persona que está como nuestra sombra complementando nuestro vivir. No todos necesitamos este servicio después de los 2 ó 3 años.
Mi hija menor a los 3 y 10 meses me re-contrató, pero sin aviso, de pronto estaba en blanco como al principio y necesitándome nuevamente. En un principio pensé que era pasajero, pensé que la había vuelto caprichosa, luego me asusté, un tiempo la forcé a soltarme y así, hasta que me acostumbré.
Van tres años y medio desde todo este movimiento de tierras y aún no estoy titulada de "yo auxiliar", esto es igual que una carrera universitaria. Sin embargo, hoy la situación es compleja, la empatía y conexión es lineal, total, pero falta la reacción correcta. Ser "yo auxiliar" no es leer una mente, es meterse dentro y terminar lo que no logra hacer.
Un ejemplo es el siguiente: le digo a la niña, ve al baño a lavarte las manos por favor que te estoy sirviendo el almuerzo. Ella obedece porque tiene hambre, entonces obedece sin problemas. Vuelve y le pido que saque un tenedor y se siente, lo que también hace.
Le pongo su plato en frente, la luz es tenue y la comida es lo que podríamos decir un rissoto de champiñones pero con quinoa. Me doy media vuelta y entonces grita, sus gritos son angustiados y estresados y no comunican nada. Mi cuerpo se alarma, mi mente se nubla ante esos gritos y aunque lo evito, termino yendo a verla. Pero si yo estoy nublada, ella más y solo me grita con lo que podría interpretar como miedo: mamá, mamá. Le pregunto (estúpidamente) si pasa algo y grita con una voy quejumbrosa pero llena de ira: nada, quiero mi comidita. La tiene ahí, respondo y prendo la luz.
Ella continúa con un grito muy iracundo: sale mamá. Quieres que me vaya, me voy -le digo y vuelvo a la cocina a hacerle ensalada.
El evento pasa, ella parece haberse calmado y yo con ella, entonces con la cabeza fría entiendo, odió que estuvieran todos los ingredientes tan revueltos. No pudo modular la información, como despejaba unos de otros, etcétera.
Pasan los minutos, no hay más reclamos, por mi mente pasa varias veces la idea de ir a decirle que ya entiendo que pasó y ayudarla a separar pero, no hay gritos y no quiero gritos, me consuelo pensando que lo está solucionando sola y que el "yo auxiliar" ya no fue necesario.
Me sirvo mi plato de comida, me siento a comer a su lado y noto que ha acabado con un 60% de la quinoa me mira comer mezclado y la veo llevarse a la boca un champiñon. Y recién entonces me atrevo a ejercer mi servicio, diciendo: ya entiendo que es lo que te enojó, no poder separa visualmente los ingredientes ¿Quieres que te ayude a separar la quinoa que queda? me responde afirmativo, lo hago y se la termina, de inmediato sigue con los champiñones con cebolla y zanahoria.
Ese es el rol del "yo auxiliar" reconocer la emoción y el detonante de quien no es capaz de hacerlo por si mismo porque tiene un trastorno o afección que biológicamente se lo impide. El problema es cuando, como en mi caso, nos involucramos también emocionalmente, ahí no hay como, nos gana nuestro propios estrés.
Pero ¿qué es un "yo auxiliar"? Es aquella persona que está como nuestra sombra complementando nuestro vivir. No todos necesitamos este servicio después de los 2 ó 3 años.
Mi hija menor a los 3 y 10 meses me re-contrató, pero sin aviso, de pronto estaba en blanco como al principio y necesitándome nuevamente. En un principio pensé que era pasajero, pensé que la había vuelto caprichosa, luego me asusté, un tiempo la forcé a soltarme y así, hasta que me acostumbré.
Van tres años y medio desde todo este movimiento de tierras y aún no estoy titulada de "yo auxiliar", esto es igual que una carrera universitaria. Sin embargo, hoy la situación es compleja, la empatía y conexión es lineal, total, pero falta la reacción correcta. Ser "yo auxiliar" no es leer una mente, es meterse dentro y terminar lo que no logra hacer.
Un ejemplo es el siguiente: le digo a la niña, ve al baño a lavarte las manos por favor que te estoy sirviendo el almuerzo. Ella obedece porque tiene hambre, entonces obedece sin problemas. Vuelve y le pido que saque un tenedor y se siente, lo que también hace.
Le pongo su plato en frente, la luz es tenue y la comida es lo que podríamos decir un rissoto de champiñones pero con quinoa. Me doy media vuelta y entonces grita, sus gritos son angustiados y estresados y no comunican nada. Mi cuerpo se alarma, mi mente se nubla ante esos gritos y aunque lo evito, termino yendo a verla. Pero si yo estoy nublada, ella más y solo me grita con lo que podría interpretar como miedo: mamá, mamá. Le pregunto (estúpidamente) si pasa algo y grita con una voy quejumbrosa pero llena de ira: nada, quiero mi comidita. La tiene ahí, respondo y prendo la luz.
Ella continúa con un grito muy iracundo: sale mamá. Quieres que me vaya, me voy -le digo y vuelvo a la cocina a hacerle ensalada.
El evento pasa, ella parece haberse calmado y yo con ella, entonces con la cabeza fría entiendo, odió que estuvieran todos los ingredientes tan revueltos. No pudo modular la información, como despejaba unos de otros, etcétera.
Pasan los minutos, no hay más reclamos, por mi mente pasa varias veces la idea de ir a decirle que ya entiendo que pasó y ayudarla a separar pero, no hay gritos y no quiero gritos, me consuelo pensando que lo está solucionando sola y que el "yo auxiliar" ya no fue necesario.
Me sirvo mi plato de comida, me siento a comer a su lado y noto que ha acabado con un 60% de la quinoa me mira comer mezclado y la veo llevarse a la boca un champiñon. Y recién entonces me atrevo a ejercer mi servicio, diciendo: ya entiendo que es lo que te enojó, no poder separa visualmente los ingredientes ¿Quieres que te ayude a separar la quinoa que queda? me responde afirmativo, lo hago y se la termina, de inmediato sigue con los champiñones con cebolla y zanahoria.
Ese es el rol del "yo auxiliar" reconocer la emoción y el detonante de quien no es capaz de hacerlo por si mismo porque tiene un trastorno o afección que biológicamente se lo impide. El problema es cuando, como en mi caso, nos involucramos también emocionalmente, ahí no hay como, nos gana nuestro propios estrés.
4/21/2018
El cuerpo manda
A
veces sentimos que nada es como debería ser, que los estudiantes no son
esos focos de sabiduría y buenas costumbres que se supone, sino masas
deformes que comen mal, beben en exceso, fuman de todo y hablan horrible
(vivo en un barrio universitario y debo sortearlos cinco días a la
semana para llegar a mi casa eso es todo). El otoño ya no te parece
romántico sino infinitamente marrón y seco, el camino polvoriento y el
aire espeso y mal oliente.
Pero la verdad sea dicha, no todo está perdido, aún hay pequeños agujeros que podemos rasgar y ver al otro lado. Como el martes, en que mi hija se contorsionó de ira y sin sentido por media hora porque no sabía lo que quería y tenía su voluntad más ida que la de la niña del exorcista y aunque la terapeuta y yo tratábamos de darle en “el gusto” (algún gusto) nada parecía ser de su agrado, todo lo que tenía claro era: no quiero nada, no quiero a nadie ni estar en ninguna parte. Lo que no es posible.
Nos fuimos, caminamos unas seis o 7 cuadras, mi corazón palpitando de sobra, mi respiración casi no tocaba mis pulmones, pero mi expresión era de tranquilidad, o eso creo yo. Apareció una micro en el Camino El Alba (buen nombre para un momento de tensión) y sin pensarlo dos veces y a pesar de lo llena que venía, nos subimos, dobló por Apoquindo y nos sentamos, y yo trataba de que mi corazón bajara su trabajo y no parecía suceder.
Mi hija tranquila, ida, miraba hacia afuera. Pero nada parecía darle alegría. Le ofrecí yogur y me fui mucho tiempo sujetando un pote del que ella sacaba cucharaditas. Cuando se acabó. Ya en Tobalaba, baje, bajamos. Fuimos al baño en un centro comercial y volvimos al paradero con una limonada. Tomamos otra micro.
Contra toda expectativa, habiendo quedado de pie en un ambiente mal oliente, de aire espeso y polvoriento, donde la mitad hablaba horrible y la otra mitad tenía cara de apestado; mi hija empezó a reír y continuó así mientras imaginaba no se que en las paredes texturadas de la micro. Sin embargo, cuando nos dejaron un asiento, todo cambió. Nos sentamos en uno y se desocupo el que estaba en frente y quiso ese, le pedí que no porque estaba subiendo mucha gente y volvieron los gritos: sale mamá, quiero salir de aquí, los tirones de mi ropa y empujones. Yo estoica, como asta de bandera frente a ella decía con toda la calma que mi estúpido corazón acelerado me permitía: no puedo dejarte sola, debemos llegar a casa en la micro, respira y te sentirás mejor. Habrán sido unos 10 minutos, que parecieron 20. Asumo que los pasajeros habrán estado “horrorizados” (nunca los vi), de los gritos, las cuasi contorsiones y mi supuesta paciencia.
A estas alturas, se preguntarán ¿dónde quedó el pequeño agujero que en un párrafo anterior prometí? Bueno, vino cuando ya a diez o menos minutos de llegar, le dije: canta, y mi hija con toda la pachorra que el estrés bien manejado te puede entregar cantó: lalalalaalalalaa… y una señora que me había dado ánimo con frases como: a estas horas todos estamos estresados, además del calor… le dijo: mi niña que lindo cantas, y esa frase venida de otra alma, caritativa, desinteresada y con un corazón más sensato, hizo el clic que todos necesitábamos, mi hija reaccionó, dijo, sí y volvió a cantar, le mostró su plasticina varias veces y fue reincorporándose a la civilidad. La señora no sabe lo impresionante de su actuar.
La cuestión es que esto fue el martes, y hoy por fin me doy 20 minutos para agradecerle a aquella mujer, bajita, morena y muy sonriente que logró con su empatía el que el aire llegara hasta mis pulmones.
La vida nos da sorpresas y son esenciales.
Pero la verdad sea dicha, no todo está perdido, aún hay pequeños agujeros que podemos rasgar y ver al otro lado. Como el martes, en que mi hija se contorsionó de ira y sin sentido por media hora porque no sabía lo que quería y tenía su voluntad más ida que la de la niña del exorcista y aunque la terapeuta y yo tratábamos de darle en “el gusto” (algún gusto) nada parecía ser de su agrado, todo lo que tenía claro era: no quiero nada, no quiero a nadie ni estar en ninguna parte. Lo que no es posible.
Nos fuimos, caminamos unas seis o 7 cuadras, mi corazón palpitando de sobra, mi respiración casi no tocaba mis pulmones, pero mi expresión era de tranquilidad, o eso creo yo. Apareció una micro en el Camino El Alba (buen nombre para un momento de tensión) y sin pensarlo dos veces y a pesar de lo llena que venía, nos subimos, dobló por Apoquindo y nos sentamos, y yo trataba de que mi corazón bajara su trabajo y no parecía suceder.
Mi hija tranquila, ida, miraba hacia afuera. Pero nada parecía darle alegría. Le ofrecí yogur y me fui mucho tiempo sujetando un pote del que ella sacaba cucharaditas. Cuando se acabó. Ya en Tobalaba, baje, bajamos. Fuimos al baño en un centro comercial y volvimos al paradero con una limonada. Tomamos otra micro.
Contra toda expectativa, habiendo quedado de pie en un ambiente mal oliente, de aire espeso y polvoriento, donde la mitad hablaba horrible y la otra mitad tenía cara de apestado; mi hija empezó a reír y continuó así mientras imaginaba no se que en las paredes texturadas de la micro. Sin embargo, cuando nos dejaron un asiento, todo cambió. Nos sentamos en uno y se desocupo el que estaba en frente y quiso ese, le pedí que no porque estaba subiendo mucha gente y volvieron los gritos: sale mamá, quiero salir de aquí, los tirones de mi ropa y empujones. Yo estoica, como asta de bandera frente a ella decía con toda la calma que mi estúpido corazón acelerado me permitía: no puedo dejarte sola, debemos llegar a casa en la micro, respira y te sentirás mejor. Habrán sido unos 10 minutos, que parecieron 20. Asumo que los pasajeros habrán estado “horrorizados” (nunca los vi), de los gritos, las cuasi contorsiones y mi supuesta paciencia.
A estas alturas, se preguntarán ¿dónde quedó el pequeño agujero que en un párrafo anterior prometí? Bueno, vino cuando ya a diez o menos minutos de llegar, le dije: canta, y mi hija con toda la pachorra que el estrés bien manejado te puede entregar cantó: lalalalaalalalaa… y una señora que me había dado ánimo con frases como: a estas horas todos estamos estresados, además del calor… le dijo: mi niña que lindo cantas, y esa frase venida de otra alma, caritativa, desinteresada y con un corazón más sensato, hizo el clic que todos necesitábamos, mi hija reaccionó, dijo, sí y volvió a cantar, le mostró su plasticina varias veces y fue reincorporándose a la civilidad. La señora no sabe lo impresionante de su actuar.
La cuestión es que esto fue el martes, y hoy por fin me doy 20 minutos para agradecerle a aquella mujer, bajita, morena y muy sonriente que logró con su empatía el que el aire llegara hasta mis pulmones.
La vida nos da sorpresas y son esenciales.
8/15/2017
Croquetas de plátano y chía
Necesitas:
- 2 plátanos machos maduros, mientras más maduros mejor. Los encuentras en puestos de feria o locales de productos peruanos que en Santiago centro ya son comunes.
- 2 cucharadas de chía. Pudiera ser sésamo, amapola o amaranto. Su función es la textura y también el aporte protéico. Se compra en tostadurías.
- 1 taza de harina. Yo usé harina tostada que es común en Chile y la hacen tostando el grano antes de molerlo y moliéndolo entero. Es muy sabrosa.
- 4 o 5 cucharadas de aceite de oliva.
Los plátanos los despuntas y se les haces un corte de arriba abajo para quitar la cáscara.
Los dejas caer en el recipiente donde los vas a moler.
Los haces una pasta, moliendo con tenedor o mortero, si no estuvieran tan maduros.
Le agregas las dos cucharadas de chía
Le agregas la taza de harina
Lo mezclas todo hasta que se vea homogéneo (aquí recién comienzo).
Haces las bolitas lo más regulares posibles.
Puestas sobre más harina las aplastas levemente pues es importante que este plátano quede bien cocido ya que no es digerible crudo igual que las papas o las yucas.
Los fries por ambos lados. Yo tiendo a usar muy poco aceite pero eso es a gusto de cada quien.
Se puede acompañar con cualquier cosa de sabor suave. Acá un arroz con cúrcuma y porotos negros.
10/26/2016
Calacas de octubre
Que diferente es el día de los muertos con y sin halloween.
En mi infancia pensaba sólo en el "Día de Todos los Santos" y lo relacionaba con muertos, flores, tumbas y una sensación de recogimiento, que la verdad no sé de donde me venía.
Hacia el año 2000, de improviso aterrizó entre nosotros el halloween, con él aparecieron una diversidad de criaturas fantasiosas y en sus más bastas versiones. Los niños empezaron a pedir dulces, al principio tímidamente para después irse convirtiendo en una molestia sin fin algunos años.
Para los que ya estábamos más grandecitos en un principio significó una entretenidísima oportunidad de disfrazarnos "porque sí" e ir de fiesta, pero de a poco el motivo (porque sí) no tuvo peso y en fin, una se pone vieja.
En particular, los primeros años obtuve ganancias económicas haciendo disfraces. Sin embargo, a mis peques casi que no los acompañé a pedir dulces. El mayor pasó dos veces y la menor sólo lo ha hecho una.
Y bueno, adivinaran que en realidad nunca conecté con halloween, porque la verdad eso de las brujas, zombies, momias y más no estaban en mis cuentos favoritos y en general las pelis de terror y lo paranormal me da muy poco o nada de miedo. Ni yo entiendo por qué.
Lo que sí me gustó mucho en el 2010 fue conocer cómo pasaban este Día de los Muertos en México. Con ofrendas a sus difuntos, comidas, bebidas, iluminándoles el camino a casa, etcétera (no soy la más entendida). Pero sobre todo, me encantó la ironía que hacen de la muerte, representada por la Catrina y es que han convertido algo espeluznante en un cuento en si mismo.
El Día de los Muertos Mexicano, tiene la mezcla perfecta, de vida y tradición, eso además del toque kitsch necesario para abducirme.
El año pasado en esta misma fecha lleve a Leonela a ver El Libro de la Vida, a pesar de sentir que ella no estaba preparada para comprenderla.
Y bueno, todo esto lo escribo porque le hice un conjunto a Leita con una tela con estampado de calacas.
En mi infancia pensaba sólo en el "Día de Todos los Santos" y lo relacionaba con muertos, flores, tumbas y una sensación de recogimiento, que la verdad no sé de donde me venía.
Hacia el año 2000, de improviso aterrizó entre nosotros el halloween, con él aparecieron una diversidad de criaturas fantasiosas y en sus más bastas versiones. Los niños empezaron a pedir dulces, al principio tímidamente para después irse convirtiendo en una molestia sin fin algunos años.
Para los que ya estábamos más grandecitos en un principio significó una entretenidísima oportunidad de disfrazarnos "porque sí" e ir de fiesta, pero de a poco el motivo (porque sí) no tuvo peso y en fin, una se pone vieja.
En particular, los primeros años obtuve ganancias económicas haciendo disfraces. Sin embargo, a mis peques casi que no los acompañé a pedir dulces. El mayor pasó dos veces y la menor sólo lo ha hecho una.
Y bueno, adivinaran que en realidad nunca conecté con halloween, porque la verdad eso de las brujas, zombies, momias y más no estaban en mis cuentos favoritos y en general las pelis de terror y lo paranormal me da muy poco o nada de miedo. Ni yo entiendo por qué.
Lo que sí me gustó mucho en el 2010 fue conocer cómo pasaban este Día de los Muertos en México. Con ofrendas a sus difuntos, comidas, bebidas, iluminándoles el camino a casa, etcétera (no soy la más entendida). Pero sobre todo, me encantó la ironía que hacen de la muerte, representada por la Catrina y es que han convertido algo espeluznante en un cuento en si mismo.
El Día de los Muertos Mexicano, tiene la mezcla perfecta, de vida y tradición, eso además del toque kitsch necesario para abducirme.
El año pasado en esta misma fecha lleve a Leonela a ver El Libro de la Vida, a pesar de sentir que ella no estaba preparada para comprenderla.
Y bueno, todo esto lo escribo porque le hice un conjunto a Leita con una tela con estampado de calacas.
10/21/2016
6/10/2016
4/15/2016
10/24/2015
Contratos de preescolar
Mi hija ya ha tenido que discertar tres veces:
Primero sobre el rinoceronte
La lámina con las cosas que ella logra recordar.
Con pequeños recuerdos para todos los compañeros. En este caso, llaveros.
Todo listo, recuerdos y lámina.
Después sobre la letra A, acá participó más llenando las letras.
Como recuerdo un mini cuaderno de actividades de la letra...
Y la última fue sobre el "Palo ensebado" un juego tradicional
Ahora preparamos una sobre los Derechos de las niñas y los niños.
Primero sobre el rinoceronte
La lámina con las cosas que ella logra recordar.
Con pequeños recuerdos para todos los compañeros. En este caso, llaveros.
Todo listo, recuerdos y lámina.
Después sobre la letra A, acá participó más llenando las letras.
Como recuerdo un mini cuaderno de actividades de la letra...
Y la última fue sobre el "Palo ensebado" un juego tradicional
Los hice en miniatura, les encantó porque se podía jugar con ellos
Ahora preparamos una sobre los Derechos de las niñas y los niños.
10/21/2015
Que difícil es decodificar lo que sentimos
Nunca supe decir lo que siento, algo siempre gatilló que escondiera mis
sentimientos como si se tratara de algo incómodo e inadecuado. Es más, siempre
viví mis sentimientos como algo agobiante, que se quería desbordar y tomar el
control y yo debía permanecer controlada así que era una lucha entre nos.
Nunca supe expresar en palabras mis sentimientos y si lo hacía me parecían irreales, la cosa es que en cambio, siempre los supe escribir, era cosa de tener frente a mí una hoja de papel o una pantalla y el hacer pinza con mi mamo en un lápiz o sentir las teclas en mis dígitos, ya sea en la soledad de mi habitación o el tumulto de una sala de correo, hacía a las palabras atropellarse y los sentimientos decodificarse y entusiasmados ir haciendo fila sobre la superficie a intervenir, como agua que sigue su curso sin problemas.
Con la madurez (supongo) entendí que el papel (o la pantalla) y el lápiz (o el teclado) no tenían ningún efecto sino que sólo me daban la oportunidad de posteriormente leer lo que siento y entenderme. Hasta sentí que me había hecho fanática de mis propias reflexiones y de mis melodramas jamás comprendidos. Me di cuenta de que la escritura era sólo un canal para mi propio estudio y vanidad, que si no paraba de escribir todo lo que sentía me iba a volver loca porque no era necesario analizar tanto los sentimientos, ni tener tantos sentimientos todo el tiempo. Enmudecí (de escribir) y dejé de escribir incluso este blog y empecé a vivir un poco más mis sentimientos a tratar con más palabras afectivas a los demás a obligarme a dar abrazos y después analizar si era realmente lo que quería. Empecé a "leer" un poco más al otro y decirle lo que suponía que quería oír y eso me resultó grato. Quizá ni lo notaron.
Mi descubrimiento se dió un día cualquiera en que iba apurada a buscar a mi hijo mayor al colegio y pensaba en los supuestos sentimientos de alguien más y armaba en mi mente una historia imaginaria tan convincente que me hizo sentir una desesperación tremenda por no tener en que anotarla, entonces entendí que los sentimientos de la historia eran los mismos míos por ir atrasada y que estaba recreándolos en un personaje ficticio que moriría si no encontraba una superficie donde darle vida. De vuelta en casa terminé de comprender, no es que no pueda decodificar lo que siento, es que el "otro" me hace interferencia, me estresa y hasta en la situación más "relajada" estoy en actitud de huida y así, nadie puede ordenar su mente.
Hoy me encontré con una escena de las que nunca quisiera presenciar. Llevaba a mi hija menor a terapia fonoaudiológica y al llegar un hombre desconocido me saludo y me dijo: Amelia no la puede atender hoy porque ha sufrido la pérdida de un ser querido, pero dice que si quiere la espere hasta las 15 horas porque necesita tiempo para reponerse.
Hasta ahí pensé que no estaba y simplemente me daba lata esperar. Y dije, no, prefiero volver otro día. Entonces el hombre continuó. Si quiere la puede pasar a saludar. No lo pensé ni un segundo y dije sí e ingresé. Y ahí estaba, llorando desconsolada y de pronto todo el fantasma de mi dificultad como una cortina de lluvia se instaló entre la terapeuta y yo y hasta una estúpida sonrisa me salió. Por suerte la abrace con fuerza y la pude contener un tiempo porque de verdad que no pude decir nada. Ahora sé que: sentía su dolor, me lo traspasaba al abrazarnos, pero jamás habría logrado darme cuenta de que era eso lo que necesitaba decir.
Y mi hija en su mundo, de ella si que nunca tendremos noticia sobre lo que pensó o sintió porque jamás se preguntó siquiera porque nos regresábamos.
Nunca supe expresar en palabras mis sentimientos y si lo hacía me parecían irreales, la cosa es que en cambio, siempre los supe escribir, era cosa de tener frente a mí una hoja de papel o una pantalla y el hacer pinza con mi mamo en un lápiz o sentir las teclas en mis dígitos, ya sea en la soledad de mi habitación o el tumulto de una sala de correo, hacía a las palabras atropellarse y los sentimientos decodificarse y entusiasmados ir haciendo fila sobre la superficie a intervenir, como agua que sigue su curso sin problemas.
Con la madurez (supongo) entendí que el papel (o la pantalla) y el lápiz (o el teclado) no tenían ningún efecto sino que sólo me daban la oportunidad de posteriormente leer lo que siento y entenderme. Hasta sentí que me había hecho fanática de mis propias reflexiones y de mis melodramas jamás comprendidos. Me di cuenta de que la escritura era sólo un canal para mi propio estudio y vanidad, que si no paraba de escribir todo lo que sentía me iba a volver loca porque no era necesario analizar tanto los sentimientos, ni tener tantos sentimientos todo el tiempo. Enmudecí (de escribir) y dejé de escribir incluso este blog y empecé a vivir un poco más mis sentimientos a tratar con más palabras afectivas a los demás a obligarme a dar abrazos y después analizar si era realmente lo que quería. Empecé a "leer" un poco más al otro y decirle lo que suponía que quería oír y eso me resultó grato. Quizá ni lo notaron.
Mi descubrimiento se dió un día cualquiera en que iba apurada a buscar a mi hijo mayor al colegio y pensaba en los supuestos sentimientos de alguien más y armaba en mi mente una historia imaginaria tan convincente que me hizo sentir una desesperación tremenda por no tener en que anotarla, entonces entendí que los sentimientos de la historia eran los mismos míos por ir atrasada y que estaba recreándolos en un personaje ficticio que moriría si no encontraba una superficie donde darle vida. De vuelta en casa terminé de comprender, no es que no pueda decodificar lo que siento, es que el "otro" me hace interferencia, me estresa y hasta en la situación más "relajada" estoy en actitud de huida y así, nadie puede ordenar su mente.
Hoy me encontré con una escena de las que nunca quisiera presenciar. Llevaba a mi hija menor a terapia fonoaudiológica y al llegar un hombre desconocido me saludo y me dijo: Amelia no la puede atender hoy porque ha sufrido la pérdida de un ser querido, pero dice que si quiere la espere hasta las 15 horas porque necesita tiempo para reponerse.
Hasta ahí pensé que no estaba y simplemente me daba lata esperar. Y dije, no, prefiero volver otro día. Entonces el hombre continuó. Si quiere la puede pasar a saludar. No lo pensé ni un segundo y dije sí e ingresé. Y ahí estaba, llorando desconsolada y de pronto todo el fantasma de mi dificultad como una cortina de lluvia se instaló entre la terapeuta y yo y hasta una estúpida sonrisa me salió. Por suerte la abrace con fuerza y la pude contener un tiempo porque de verdad que no pude decir nada. Ahora sé que: sentía su dolor, me lo traspasaba al abrazarnos, pero jamás habría logrado darme cuenta de que era eso lo que necesitaba decir.
Y mi hija en su mundo, de ella si que nunca tendremos noticia sobre lo que pensó o sintió porque jamás se preguntó siquiera porque nos regresábamos.
Categorías:
aberración,
autismo,
confusión desconsuelo introspección,
descripción personal,
imaginación,
Leonela,
muerte,
nostalgia recuerdos memoria,
visita acontecimiento
10/02/2015
Tengo rabia
Nací en Pitrufquén, ciudad al sur de Chile de donde somos las Pitrufinas.
Me crié en Temuco, una ciudad que siempre me pareció odiosa en el aspecto humano, creo que es top en todas las ...fóbicas. Allá tuve a mi hijo mayor y viví con él y mis padres por 3 años.
Al final me vine a vivir a la capital con su cemento polvoriento que se cuela hasta los huesos. Estuvimos por 8 años en una vivienda en los cielos que me deprimía un montón porque me hacía reconocer lo chiquita e innecesaria que era para la vida de la humanidad en el hormiguero de cemento. Ahí se crió mi hijo mayor desde sus 4 años y me demostró todo el tiempo con su madurez que nunca dejaremos de maravillarnos. Ahí también nació mi hija, a diez años del primero. Ella con su porfía y su tenacidad me mostraba otra faceta de la naturaleza de mis genes.
Ahora, aun en la capital, vivo en un rincón verde y oculto a la ciudad, a ras de suelo; pensaba que era lo ideal, nada de miradas holísticas de la sociedad, sino puro primer plano. Pensé que mi hija menor que era más extrovertida y graciosa haría amiguitos en el patio, pensé tantas cosas. Sin embargo, al año de vivir aquí (a sus 3 años y 6 ó 7 meses), note que su deseo de hacer amigos desaparecía y en cambio jugaba sola y se imaginaba cosas, la noté cada vez más intrépida, osada, callada, loquilla... extravagante... ida. ida, ida. Con 14 meses viviendo en este nuevo refugio, de pronto éramos 3, la más chica parecía MUDA, ausente, ausente, ausente y llegue a zamarrearla pidiéndole que me mirara, que me hablara, que yo estaba aquí para ella y por ella.
Va un año (quizá mucho más) desde que empezó a evadirse y 10 meses de que estuvo más ausente y que tuviera sus regresiones. Ha vuelto su sonrisa, su ánimo y tiene islotes de completa conexión, pero tiene autismo, mejor dicho está dentro del TEA, y si no hubiera tenido la regresión en enero de 2015, quizá nunca lo habríamos notado porque era poco, muy poco... sutiles diferencias con sus pares, pero la regresión la dejó atrás de su generación y más extravagante y ahora con el diagnostico como un letrero intermitente sobre su cabeza, es "especial" y eso lo hace tan difícil... no quiero que la discriminen ni que le tengan pena pero no puedo obligar a nadie a aceptarla de manera natural. Es tan difícil aceptar un diagnóstico que me ha hecho escribir desde las tripas como pensé que nunca volvería a hacerlo.
Tengo rabia
Me crié en Temuco, una ciudad que siempre me pareció odiosa en el aspecto humano, creo que es top en todas las ...fóbicas. Allá tuve a mi hijo mayor y viví con él y mis padres por 3 años.
Al final me vine a vivir a la capital con su cemento polvoriento que se cuela hasta los huesos. Estuvimos por 8 años en una vivienda en los cielos que me deprimía un montón porque me hacía reconocer lo chiquita e innecesaria que era para la vida de la humanidad en el hormiguero de cemento. Ahí se crió mi hijo mayor desde sus 4 años y me demostró todo el tiempo con su madurez que nunca dejaremos de maravillarnos. Ahí también nació mi hija, a diez años del primero. Ella con su porfía y su tenacidad me mostraba otra faceta de la naturaleza de mis genes.
Ahora, aun en la capital, vivo en un rincón verde y oculto a la ciudad, a ras de suelo; pensaba que era lo ideal, nada de miradas holísticas de la sociedad, sino puro primer plano. Pensé que mi hija menor que era más extrovertida y graciosa haría amiguitos en el patio, pensé tantas cosas. Sin embargo, al año de vivir aquí (a sus 3 años y 6 ó 7 meses), note que su deseo de hacer amigos desaparecía y en cambio jugaba sola y se imaginaba cosas, la noté cada vez más intrépida, osada, callada, loquilla... extravagante... ida. ida, ida. Con 14 meses viviendo en este nuevo refugio, de pronto éramos 3, la más chica parecía MUDA, ausente, ausente, ausente y llegue a zamarrearla pidiéndole que me mirara, que me hablara, que yo estaba aquí para ella y por ella.
Va un año (quizá mucho más) desde que empezó a evadirse y 10 meses de que estuvo más ausente y que tuviera sus regresiones. Ha vuelto su sonrisa, su ánimo y tiene islotes de completa conexión, pero tiene autismo, mejor dicho está dentro del TEA, y si no hubiera tenido la regresión en enero de 2015, quizá nunca lo habríamos notado porque era poco, muy poco... sutiles diferencias con sus pares, pero la regresión la dejó atrás de su generación y más extravagante y ahora con el diagnostico como un letrero intermitente sobre su cabeza, es "especial" y eso lo hace tan difícil... no quiero que la discriminen ni que le tengan pena pero no puedo obligar a nadie a aceptarla de manera natural. Es tan difícil aceptar un diagnóstico que me ha hecho escribir desde las tripas como pensé que nunca volvería a hacerlo.
Tengo rabia
Categorías:
aberración,
amor,
autismo,
confusión desconsuelo introspección,
Darío Darío Darío,
descripción personal,
familia,
Leonela,
nostalgia recuerdos memoria
Suscribirse a:
Entradas (Atom)